Las estilistas de actrices y ‘celebrities’ nacieron con la sombra de la sospecha encima: ahora pueden ser estrellas del tamaño de sus clientas
Cuando estalló el #MeToo y Harvey Weinstein pasó de ser el hombre al que había que pedirle permiso para entrar en el Olimpo de Hollywood al monstruo acosador defenestrado por una investigación deganadora de un Pulitzer.
Ocurrió en la primera década de los 2000, cuando los feroces intereses comerciales de las casas de costura y las luchas por conseguir el favor de las actrices en los momentos estelares del calendario de premios se hicieron tan evidentes que empezaron a aparecer intermediarias profesionales. Estilistas que en situaciones muy excepcionales se hicieron tan famosas como las mujeres a las que vestían.
También hay un antes y un después del #MeToo en lo que a estilistas se refiere: la explosión de la causa feminista coincide con la eclosión del Black Lives Matter y la gran contraofensiva antitrumpista de los intelectuales y actores progresistas. Después de aquellos Oscar post-Weinstein de 2018, en los que todas las mujeres decidieron vestir de negro para adherirse a la causa Time’s Up, nada fue lo mismo.