Soltar la mano de la madre feminista que no nos deja caminar libres, por VelvetMolotov
“Apegos feroces” que estoy leyendo, me imagino a Vivian Gornick y a su madre paseando por Brooklyn en un día, que en mi imaginación, se parece a este. Van muy juntas por la calle para capear un clima que se empeña en vaciar las avenidas y los callejones, agarradas del brazo.
A menudo, las madres que se han deslomado a trabajar, han querido como han podido, con urgencia, intentando compensar una presencia secuestrada por la necesidad de llevar dinero a casa con un amor a zarpazos. No queda tiempo para reposar las cabezas sobre los regazos de las mujeres reventadas, ni hay regazos para ellas que no sean una ducha caliente, una cena apresurada, recoger la desidia de los demás y una cama.
La misma imagen me lleva a reflexionar sobre la supuesta escisión del feminismo de nuestros días. La circunstancia se me queda atorada en la garganta como vómito que no acaba de salir y, que si lo hiciera, solo dejaría gusto a bilis. El tiempo de la tristeza, que tanto leo a mis compañeras, para mí casi ha pasado, sobre todo estoy cansada de defenderme.
No es una escisión, no son dos manifestaciones, es un secuestro proselitista de un concepto maravilloso, y de nada sirve darle un halo de drama de multitudes escrito por Pasternak. Es una élite intentando prevalecer.
Yo también tengo madres feministas en la literatura y en el pensamiento, referentes que han significado la vida, el cabo al que agarrarme en los peores años del armario, mujeres que me señalaban el camino y me animaban a continuar viviendo. Algunas de ellas hoy sostienen las peores violencias tránsfobas contra quienes exigimos un espacio y el derecho a una vida plena en comunidad, exigencias extrapolables a cualquier mujer.
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