La nadadora La escritora SocorroVenegas nos brinda el cuento de septiembre, una fábula sobre el poder simbólico del agua con una relación rota como telón de fondo
Una flecha debe romper el agua, abrir cada molécula. Los brazos van unidos, estirados, una mano sobre la otra, y para que no se separen con el impulso, el pulgar de la mano de arriba debe abrazar la mano de abajo. Los hombros deben juntarse. Los codos, en los que nunca se piensa, mandan aquí, van cerrados.
Una estrategia de supervivencia. Lo veo en sus ojos. En el cuidado extremo con que me da la sorpresa de un pequeño escape. Un viaje para perdernos el fin de semana en Mineral del Monte, un viejo pueblo minero. Ha rentado una cabaña. Llena la cajuela con fruta, quesos y vinos caros. Atiendo sin ninguna pregunta la invitación. Hago una maleta sencilla, sin olvidar los tenis, la ropa deportiva para salir a correr. Y, con una ciega confianza en que esta vez, ahora sí.
Mi marido prepara la cena, la sirve y luego trata de encender la chimenea. Una punzada de ternura: los fuegos no se le dan, pero ahí está intentando. Abro una botella de vino. Veo la comida sobre la mesa, mientras él lidia con los troncos y el ocote. Le pongo una copa y me llevo el resto a la habitación. Mientras acomodo algo de ropa en los cajones, bebo.. Frente a la cama un enorme ventanal se abre a las montañas y un cielo estrellado.
El sendero desemboca brevemente en una disyuntiva. La carretera o el bosque. Si giro a la izquierda puedo ver una sinuosa carretera, tan peligrosa que hay un camión volcado. A la distancia parece que se desangra, más cerca descubro que son jitomates. Llega gente en camionetas o empujando carretillas, todos a saquear el camión abandonado. Se ven contentos, celebran y cargan tanto como pueden.. Lo tomo y le doy una mordida, mientras ella me imita, entre risas.