OPINIÓN | 'Claro que hay otras formas de celebrar estos aniversarios. Lo malo es que implican una cantidad de trabajo y tiempo que acostumbra a recaer en quienes todos sabemos (por si no lo pillan, empieza por ma y acaba por dres)', por Oti Corona
Llevo bastante mal que mis hijas crezcan porque ya no puedo acompañarlas cuando las invitan a las fiestas de cumpleaños. Qué bonito era llegar a una de esas tabernas del demonio llamadas ludotecas, ver cómo las niñas se hundían en una piscina de bolas y no saber de ellas hasta horas después, cuando estaba a punto de llamar a los antidisturbios.
La única comida que sirven en algunos de estos sitios se presenta en una bandejita con seis o siete patatas chip y un triangulito de pan de molde con embutido para cada churumbel. No ofrecen ningún producto que atienda las necesidades alimentarias de las madres, que se ven obligadas a robar patatas de la bandeja de su hijo o, triste es reconocerlo, de hijos ajenos. Lo peor de estas reuniones, sin embargo, llega al final.
Claro que hay otras formas de celebrar estos aniversarios. Lo malo es que implican una cantidad de trabajo y tiempo que acostumbra a recaer en quienes todos sabemos . Aun así, hay quien se atreve. Una vez nos invitaron a una fiesta en un almacén en pleno invierno. Veintitantos chiquillos de menos de un metro de altura, cuarenta adultos, nula ventilación y escasa movilidad. En esas condiciones repartieron una bengala a cada niño. Creí que serían bengalas, pero no.
Por más que cada familia adapte la celebración a sus gustos y posibilidades, hay algunas constantes. Por ejemplo, un cumpleaños comienza con la creación de un grupo de Whatsapp en el que participan las madres, un padre al que el público considera un héroe y otro padre al que nadie conocía pero se acaba de separar y le toca justo ese sábado. Tampoco suele faltar la dichosa bolsita deY después está la foto. Sí, en singular. La foto.