El guionista Eduard Sola reflexiona sobre su oficio, la relación entre ficción y realidad, la influencia de las historias en nuestras vidas y la responsabilidad que conlleva contarlas.
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Aunque solo sea por una serie tan perturbadora y perfecta como Querer y una película tan calculadamente ambigua como Casa en llamas, dirigida la primera por Alauda Ruiz de Azúa y la segunda por Dani de la Orden, Eduard Sola se ha consagrado como uno de los nombres mayores del cine español de los últimos tiempos. Su enigmático tempo narrativo, su sutileza verbal, su don para la elipsis y su aptitud para la alusión sin señalamiento nos invitaron a preguntarle por alguno de sus secretos como profesional, y este espléndido y franco cuento es lo que nos ha contado el guionista. Me preguntan cómo hago lo que hago y no tengo respuesta alguna que ofrecer. Hace años que me dedico a esto de escribir guiones para cine y televisión y todavía no sé cómo se hace. Quizás nunca lo sepa. Al parecer, cuando era crío no me contaban historias para irme a dormir, sino para despertarme. La diferencia es interesante. Las historias no me acompañaban en el sueño sino en la vida. Dice mi padre que de hacerlo como todos —para dormirme— conseguía lo contrario, tenerme en vela. Dice que, al empezar él el cuento a las siete y pico de la mañana notaba cómo mis oídos se despertaban primero y yo tras ellos, casi como una víctima de mi propio interés por lo narrado. Cree mi padre que yo tenía “algo especial”, pero la verdad es que ese “algo” lo tienen las historias. Todavía no éramos humanos que ya nos las contábamos y aquí seguimos, miles de años después, fascinados ante ellas. Ante tal evidencia incuestionable me pregunto cuándo descubrimos que la mentira también valía como historia, que la fantasía también nos cuenta, que la ficción es también una forma de contarnos la verdad. Hace años que me obsesiona el concepto de ficcialidad. La ficcialidad es la relación entre la ficción y la realidad y lo maravilloso de esta relación es que es bidireccional: la ficción vive de la realidad para construirse, pero la realidad también se construye mediante la ficción. ¿Serían las monarquías europeas tan aceptadas entre el pueblo si no existieran las princesas Disney? La ficción nos enseña a mirar el mundo, a comprenderlo, a interpretarlo. Funciona como guía. Por eso, a mi entender, esto de contar historias tiene cierta trascendencia. Es cierto que quienes las contamos no salvamos vidas, pero sí tenemos que ir con cuidado con lo que decimos y dejamos de decir. En uno de los últimos informes ODA del Observatorio de la Diversidad en los Medios Audiovisuales se indica que el 92,4% de los personajes de la ficción española son blancos. Parece que desde el cine y la tele estamos obstinados en decirle al mundo que lo normal y habitual es ser blanco. Cuando salgo a la calle, sin embargo, veo muchísima más diversidad. Que en nuestra ficción casi solo haya blancos tiene una incidencia directa en la vida de las personas racializadas, que son automáticamente interpretadas como una anomalía, a pesar de no ser así —tampoco— a nivel cuantitativo. Creo necesario que los creadores generen sus historias libres de cualquier responsabilidad para con el mundo, pero me parece una insensatez crear de espaldas a él, pensando que lo que hacemos no tiene incidencia alguna sobre nada. Hagamos lo que nos dé la gana en nuestras mentiras, pero admitamos que con ellas estamos articulando las verdades que nos rodean. Un servidor este año ha estrenado la serie Querer (dirigida por Alauda Ruiz de Azúa, coescrita junto a ella y Júlia de Paz) y me consta que con ella hemos motivado cientos de conversaciones sobre el consentimiento. No sé exactamente qué pasará con estas conversaciones, pero no es una locura pensar que habrán cambiado la forma de relacionarse sexualmente de —al menos— algunas parejas que conozco. En un ámbito muy distinto, después del estreno de Casa en llamas (dirigida por Dani de la Orden) me ha escrito mucha gente diciendo que, al salir del cine, han llamado a sus madres para preguntarles cómo están. Montse, interpretada por Emma Vilarasau, es un personaje de ficción, no existe, no es de verdad… pero esas llamadas a esas madres sí lo son. Ser consciente de mi responsabilidad como guionista en la construcción del mundo es igual de sensato que conocer los límites de mi reducida influencia. La ficción que yo pueda escribir incide en la realidad, pero no olvidemos que, al fin y al cabo, la historia en cuestión que traigo entre manos no es más que un grano de arena en el desierto. También el guion en sí mismo lo es en la construcción de una película. Cualquier audiovisual está hecho a partir de infinitas decisiones que trascienden el guion. También de cientos de personas que las toman. De decenas de despertadores que suenan a las seis de la mañana para poderse ejecutar
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