Caminar la línea
siempre sucede igual. Con la llegada de los días largos vuelve la vida: las aceras se pueblan de gente, sudorosa y feliz, y los parques se llenan depaseantes y lectores tumbados en toallas gigantes. Cada año me pregunto dónde se estaban escondiendo esas personas, debajo de qué piedra estaban hibernando. En verano por fin podemos liberar tensión, y esa calidez invita a muchos a salir a disfrutar del aire libre hasta que se vaya la luz.
En muchos de estos parques me he quedado observando a los equilibristas que caminan decididos sobre una fina cuerda atada a los troncos de dos árboles. El corto trayecto exige la concentración absoluta de los que recorren, suspendidos entre las hojas de las plantas y el césped del suelo. La expresión en inglés para esta práctica escaminar la línea.
Los que caminan la línea en los parques son un reflejo del trajín de nuestros días, oscilando entre extremos. Cuando la madre de la escritora Cheryl Strayed falleció prematuramente, la hija cosmopolita no encontró otra manera de enfrentarse a su duelo que dejar atrás la ciudad y lanzarse a los bosques del Pacific Crest Trail. El ejercicio en el exterior nos pone de frente a las contradicciones con las que vivimos.