Una asignatura pendiente del Teatro Real desde hace años es no solo cuidar las traducciones de los sobretítulos (un mal ya endémico), sino también enriquecer la información que proporciona más allá de su oferta puramente operística
, un espectáculo representado originalmente en París, en el el palacio del Petit-Bourbon, “en presencia de la Reina, Su Eminencia [el cardenal Mazarino] y toda la corte” el 23 de febrero de 1653. Seis veces más se repetiría hasta el 16 de marzo y en su crónica del estreno paraentrées
, todas tan ricas, tanto por la novedad de lo que se representa como por la belleza de las partes cantadas [], la magnificencia de la maquinaria, el soberbio esplendor del vestuario y la elegancia de todos los bailarines, que para los espectadores habría resultado difícil discernir cuál era la más encantadora.
Ese “joven monarca” era, claro, Luis XIV, que por entonces tenía tan solo 14 años. Su aparición estelar se producía al final del ballet, en la última de las cuatro Vigilias de la Noche en que se dividía la obra: desde el atardecer hasta las nueve; desde las nueve hasta la medianoche; desde la medianoche hasta las tres; y desde las tres hasta las seis, coincidiendo con el amanecer.
Boceto escenográfico para la Décima Entrada de la Cuarta Vigilia del 'Ballet royal de la Nuit', en la que Luis XIV aparece caracterizado como el Sol. El público que acudió el domingo por la tarde al Teatro Real recibió en el exiguo programa de mano una escuetísima información sobre el, lo cual, unido al hecho de que los sobretítulos se ciñeron a la traducción de las partes cantadas, debió de dar lugar a que tan solo los más avezados pudieran comprender qué era lo que estaba interpretándose realmente durante las más de dos horas y media que duró el concierto.