Crónica | 'La cantante británica juega en casa en el Hyde Park londinense con un recital en el que confirma por qué es la más cotizada'. Por evamarmillan
Un suspiro de alivio inundó el parque londinense de Hyde Park este fin de semana. Tras cinco años sin enfrentarse a una audiencia de pago, con un exilio voluntario de la feroz apisonadora delse subía de nuevo a un escenario. Y lo hacía a lo grande, con dos citas ante 65.000 personas cada una que habían agotado desde hacía meses las entradas para una de las citas más esperadas del festival BST .
Acompañada de tres coristas y media docena de músicos no necesitaba más. Pero es que, además, Adele jugaba en casa. Si sus entusiastas tienden a mostrar siempre una empatía especial con las cuitas de la estrella, en parte por esa extraordinaria capacidad para que se identifiquen con ella y con sus infortunios, Hyde Park es su jardín particular.
Y es que hay dos Adele, la cantante y la intérprete. Sus letras hablan de corazones rotos, de rupturas no superadas y de sentirse abrumada por el caos que puede ser la vida, pero también se ríe de sí misma, y actúa como si fuese mucho mayor de sus 34 años, pidiendo incluso ayuda para levantarse al pianista que la acompañó en algunos de los momentos más emotivos de la noche.